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lunes, 21 de febrero de 2011

Monasterio de santa Catalina

El Monasterio de Santa Catalina de Siena, o Convento de Santa Catalina, es un complejo turístico religioso ubicado en el centro histórico de Arequipadepartamento de ArequipaPerú.

Contenido

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Historia

Fundado el 10 de septiembre de 1579 por un acuerdo entre el Cabildo Justicia y Regimiento de Arequipa y el Obispado del Cusco y gracias a la donación de los bienes de doña María de Guzmán, viuda de don Diego Hernández de Mendoza. Ella fue la primera priora del monasterio, cargo que ejerció durante los seis primeros años de funcionamiento, contados a partir del 2 de octubre de 1580 en que pronunció sus votos religiosos. En este monasterio ingresaban las mujeres que así lo deseaban, aunque en el documento de fundación señalaban que debían ser mujeres españolas. Debían dar una dote de mil pesos de plata ensayada y marcada y cien pesos corrientes para alimentos. A mediados del siglo XVIII la población se componía de cincuenta y siete religiosas de velo negro, dieciocho de velo blanco, cincuenta y un donadas y doscientas doncellas y seglares de servicio.
Monasterio de Santa Catalina.
Su construcción como ciudadela se realizó paulatinamente, sobre los cuatro solares que adquirió el Cabildo Justicia y Regimiento de Arequipa en 1568 para un monasterio de mojas que debía llamarse de Nuestra Señora de Gracia y que no funcionó. El monasterio de Santa Catalina es un muestrario de cuatro siglos de arquitectura arequipeña. Al parecer las celdas intrusas que forman la ciudadela comenzaron a construirse tras los terremotos que destruyeron los ambientes casi completamente en el año 1600 (19 de febrero), y con la erupción del volcán Huaynaputina. Los padres o familiares de las religiosas hicieron construir los ambientes de vida de sus hijas. Por ello, entre los siglos XVII y XIX las religiosas dispusieron la venta de sus celdas a otras religiosas. El primer caso documental fue el que realizó Sor Ana Zegarra que vendió su celda en 50 pesos a la religiosa Ginesa Mendoza en 1631. Destruido con los terremotos que afectaron a Arequipa, fue reconstruido innumerables veces, utilizando sus restos. Diversos obispos, entre ellos Juan de Almoguera hicieron construir diveros ambientes del monasterio. Tiene un área de 20.426 m2. En el tiempo en el que hubo la mayor población en este convento vivieron allí alrededor de 500 mujeres de las cuales solo 180 fueron religiosas, el resto eran las doncellas que servían a las religiosas, las niñas que vivían allí como educandas como en un internado y las refugiadas que se permitían en el convento por derecho de asilo. El Convento de Santa Catalina, se envolvió en un velo de misterio y silencio hasta 1970 en que una parte grande del convento abrió sus puertas para el público. Las religiosas permitieron que una empresa privada lo administrara. Todavía viven monjas en el área del norte del complejo.
En gran parte fue restaurado para poder lograr un mejor atractivo del público, conservando su planta y características originales. Las pequeñas calles y claustros están llenas de florescoloridas y las paredes son pintadas en tintes frescos. Los callejones estrechos llevan a las diversas partes del convento que atraviesan por sitios pintorescos y sitios de estar y dormir con los muebles originales.
Pileta del Convento de Santa Catalina.
Algunos visitantes permanecen todo el día y reviven la vida inmóvil más allá de este convento o caminan en las calles internas y se pierden en el camino del tiempo. Este convento se sitúa en la calle del mismo nombre y cerca de la plaza de Armas.
Al interior se puede apreciar el claustro de la beata Sor Ana de los Ángeles Monteagudo la cual fue beatificada en la visita de Juan Pablo II en 1985 debido a su ejemplar vida conventual y a la atribución de algunos milagros. Uno de ellos aprobado por la Iglesia, fue una curación de un cáncer uterino verificado en el primer tercio del siglo pasado. La favorecida, doña María Vera de Jarrín, vivió más treinta años después del prodigio.

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Arquitectura

El monasterio ocupaba originalmente un terreno de 20,000 metros cuadrados. El encanto de esta ciudadela reside en la solidez y plasticidad de sus volúmenes, y la belleza que maestros y alarifes lograron en la arquitectura de esos recintos mediante soluciones arizantes como los arbotantes o la construcción de recias arquerías asentadas sobre pilares.
En los interiores, las cúpulas y las cubiertas de bóveda amplían considerablemente el espacio y aumentan la sensación de fortaleza de los edificios. Se percibe así mismo, sobre todo en la zona de las callejas, la intervención de albañiles que, carentes de un diseño propiamente arquitectónico, fueron levantando muros, tejados, celdas, patios y portadas de sencillo planteamiento.
Desde el exterior se aprecia cómo la misma arquitectura ha marcado una estricta división entre el mundo del convento y el exterior. Un ancho muro de sillares rodea la ciudadela.
El actual edificio atesora espléndidas piezas de arte, como un altar barroco de madera tallada y dorada, de un cuerpo y tres calles, que exorna la capilla, y varias pinturas de la escuela cusqueña.

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